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¿Por qué hablar de resistencias cuando estudiamos desastres? Entrevista con Cécile Stehrenberger

La producción de conocimientos a partir de desastres en regiones como América Latina, ha estado permeada de prácticas científicas que permiten replicar violencias en diferentes dimensiones. Cécile Stehrenberger, actual senior fellow del CALAS y profesora de estudios históricos y comparativos de ciencia y tecnología en la Universidad de Wuppertal, nos comparte en este espacio sus reflexiones y posturas en torno al estudio de los desastres.

 

Cécile, ¿podrías compartirnos a partir de dónde surge la idea de tu proyecto de investigación en CALAS?

Cécile Sterehnberger: Yo trabajaba en un proyecto sobre la historia de la medicina de desastre y ya en los primeros momentos, tratando de establecer el estado del arte, encontré que en los años 50 algunos sociólogos se habían dedicado a estudiar cómo esta medicina de desastres funcionaba (sobre todo en términos organizativos). Pronto me di cuenta que estos sociólogos —que vi que se llamaban sociólogos de desastre—eran en si un fenómeno altamente interesante que merecía ser estudiado.
El enfoque más grande del trabajo que estuve llevando a cabo acá en el CALAS, es en los estudios que este conjunto de sociólogos y antropólogos hicieron durante la segunda mitad del siglo XX a partir de estudios de campo de lo que llamaban desastres naturales. Eventualmente cambiaría el término, pues ya en los años 60, esos sociólogos comenzaron a notar que no eran muy naturales, sino construcciones sociales también. Ellos, en su momento, comenzaron a estudiar huracanes, inundaciones y también desastres técnicos como explosiones en fábricas. Aunque sus estudios fueron principalmente en Estados Unidos, también estuvieron en Europa y en América Latina. Lo que les interesaba era ver cómo individuos y organizaciones, sobre todo de rescate, como bomberos y protección civil, y de mitigaciones como la Cruz Roja, reaccionaban a esos desastres y cómo se comportaban frente a ellos. 

¿Qué ejemplos nos puedes dar de los estudios que hicieron este grupo de investigadores en América Latina?

CS: En el 54 y el 55 estudiaron dos inundaciones que afectaron a México. Una fue después de los huracanes Hilda y Janet en Tampico. Luego en los 70 estudiaron terremotos en Guatemala y en Chile. En el 85 estudiaron el sismo de la Ciudad de México. Un momento muy importante que me trajo a este punto fue que en 1992, tras las explosiones en Guadalajara causadas por gasolina y que ocasionaron la muerte de más de 200 personas, un equipo de Estados Unidos vino acá a estudiar las reacciones de la gente. A mí me interesa el por qué y el cómo de esos estudios, así como los resultados que obtuvieron.

Partiendo de estos casos que compartes, ¿cómo se han estudiado desde las diferentes dimensiones sociales y políticas los desastres?

CS: Un aspecto que se ha vuelto transversal en el estudio de los desastres es la colonialidad, la cual se hace presente en cada una de las dimensiones del proceso de producción de conocimiento, o sea, en el por qué, en el cómo y en los resultados. En un momento, el objetivo principal de las actividades de investigación era la producción de un conocimiento regulativo que pudiera utilizarse para influir, y bien podríamos decir manipular, el comportamiento de las diferentes entidades sociales, grupos y colectivos en futuros desastres. Estos estudios en su momento eran financiados por el ejército estadounidense.
Esto nos encamina a las preguntas: ¿por qué estudiar desastres? ¿cómo los han estudiado? Pues los estudiaron con lo que estos grupos de investigación llamaron trabajo de campo de respuesta rápida, es decir, querían estar en donde y cuando hubiera un desastre de forma inmediata, porque pensaban que si no llegaban cuando los eventos estaban todavía frescos en la memoria de la gente, no contarían la verdad porque lo habrían olvidado. Por eso era importante pensar dónde se situaban, buscar en el ojo de la tormenta. Su método de investigación entonces consistía en estar allá, estar en el campo y ser los primeros en plena acción. 

¿Qué consecuencias tiene este tipo de acción a la hora de investigar?

CS: Esta forma de acción tiene algunos sesgos, porque, ¿cómo vas a realmente darte cuenta de las particularidades de un acontecimiento así? Es complejo porque en el sitio a donde llegas los saberes locales no se dan a conocer de forma tan rápida, instantánea. 
Por eso si tú vas a estudiar un desastre en dos días pues la gente no va a tener suficiente confianza para decir cómo recuerdan un desastre. Por eso debemos considerar que mucho de lo que sucede permanece inexpresado, o por lo menos en las formas de expresión que queremos.  Esto se ve muy claro en el estudio que en el 92 hicieron acá en Guadalajara.  Muchas cosas se escaparon porque no tenían el tiempo y decidieron no hacer las preguntas difíciles. Entonces el panorama que ellos presentan en sus estudios es algo muy diferente a lo que presentaron los antropólogos mexicanos que habían tenido un conocimiento mucho más íntimo de ese contexto social. Además es difícil de estudiar de forma tan rápida a los desastres lentos. 

Explícanos, ¿qué son desastre lentos?

CS: Hay desastres que son rápidos —en el sentido de venir de golpe—, pero hay otros —como la contaminación— que van muy lentos. De estos hay muchos en países latinoamericanos o africanos y allí son a menudo el resultado de un exporte de riesgos —un proceso complementario a la extracción—del norte hacia el sur, de contextos ricos a pobres que genera vidas desechables y zonas de sacrificio. Estudiar estos desastres y comprobar la violencia lenta que constituyen, es muy difícil dentro de una lógica positivista de la ciencia, y una lógica jurídica que se basa en ella.

Respecto a lo que se nombra y cómo se nombra en una crisis, ¿qué papel juegan los conceptos a la hora de entender las dinámicas de estudio de los desastres?

CS: Al momento de ver los conceptos que se utilizan o no en las investigaciones, las relaciones de poder son el punto que me parece, tal vez, el más importante. Muchos de los conceptos que se siguen utilizando en los estudios de desastres hoy día son problemáticos pues remiten a la colonialidad en su estudio. Por ejemplo, está el concepto de vulnerabilidad. Ya desde los años 90 unos antropólogos subrayaron que, muchas veces, cuando decimos que tal grupo de personas, tal del región del mundo —como América Latina— es vulnerable, lo que hacemos es atribuir un estatus de otredad, en el sentido de una inferioridad, pues se consideran sitios horribles, donde pasan desastres y la gente está condenada a sufrir tragedias y, por tanto, necesitan ayuda de los expertos de primer mundo. 
Y en realidad, lo que encontramos cuando estudiamos desastres es resistencia, es lucha, pero no es un simple estatus de víctima. 

¿Por qué hablar de resistencias cuando nos referimos a desastres?

CS: Bueno, dije resistencia y no resilencia porque ese es otro concepto altamente problemático, porque en el discurso, al decir que la gente es resiliente, es fácil de traducir en un «no se necesita apoyo estatal», que está muy bien, pueden hacerlo todo por ellos mismos, y no es necesario un cambio estructural. Entonces ese término es una continuación de las desigualdades y es una estructura de conductas opresoras. 

¿Cómo se ve la desigualdad en el estudio de los desastres? 

CS: Se ve en los conceptos mencionados —la vulnerabilidad y la resiliencia—, se ve en qué tipo de desastre se estudia y se ve en quién los estudia. Hasta los años 90 la gran mayoría de personas que estudiaron desastres eran reconocidos oficialmente como «científicos», eran  hombres blancos, de Europa del Norte/Oeste, Estados Unidos y Canadá. En las ultimas décadas empezamos a poder ver más diversidad en los científicos. Al mismo tiempo, algunos sub-campos de campo de estudio de desastre ya ha hecho el giro participativo; cuando un desastre afecta una comunidad los antropólogos de desastres «colaboran» con miembros de esta comunidad. Esto me parece bien e importante y me gustaría ver más esta participación en los estudios históricos de desastres también. Pero las grandes preguntas son: ¿cuál es la forma de colaboración?, ¿cuáles son las estructuras?, ¿cómo son y cómo podrían ser más igualitarios?, ¿dónde cae en prácticas explotativas? y, ¿cuánto de «practica correcta» es posible dentro de un mundo «incorrecto»?

A partir de las desigualdades que ya adelantaste, ¿qué papel desarrollan los estudios de género y para la comprensión y construcción de conocimiento de las catástrofes y crisis en América Latina?

CS: Implica pensar junto lo discursivo y lo material. Tiene que ser un punto de partida cuando analizamos la complejidad en la cual las relaciones de poder y desigualdad producen desastres. Entonces hablamos mucho de relaciones de desigualdad global, pero también son de género, de clase, de adscripción de etnicidad, de discapacidad; todo eso viene junto y por lo cual necesitamos una perspectiva interseccional, pero lo que necesitamos es lo que yo llamo una interseccionalidad radical, en el sentido que también mira a la relación de poder entre lo humano y no humano, como en su construcción y en sus efectos al estar interactuando entre sí. La diferencia entre lo humano y lo no humano en los estudios de desastre es un gran desafío por superar. 

¿Qué consideraciones recomiendas tener actualmente para estudiar los desastres y evitar caer en prácticas científicas del siglo pasado?

CS: Mis recomendaciones son respecto a las dimensiones del proceso de  producción de conocimiento. Es importante subrayar que esas dimensiones están entrelazadas. El objetivo que yo tengo cuando estudio algo influye en cómo lo estudio. Primero, creo que es importante reflexionar bien por qué se están estudiando esas catástrofes de hoy día, cuál es la política detrás del interés de estudiar esos desastres y cuál es la política que queremos conseguir con su estudio.
Personalmente, me intereso por los estudios de desastres que tienen un compromiso antidesastre. Un compromiso en que se plantea que podemos y debemos vivir en un mundo con menos desastres. Entonces, como los desastres son producidos socialmente, también producen ciertas relaciones de poder, y cubrir el compromiso antidesastre implica una cierta posición política. Mi recomendación aquí es reflexionar ese punto y ser más asertivo en el sentido de ser honesto sobre lo que está en juego. 

Para finalizar, ¿de qué otras formas podemos participar en la representación y comunicación de los desastres?

CS: Creo que es importante señalar que cuando los académicos quieren ser comprometidos, aliados con las luchas, también hay que aprender a mirar y escuchar. No mirar a los desastres en términos de la destrucción que producen, sino mirar las luchas contra eso. También mirar cómo se produce conocimiento y cuando miramos eso y lo miramos juntos, como aliados de esas luchas, e intentamos producir conocimiento en colaboración, tenemos que pensar en las formas de representación de conocimiento. Esto implica que necesitamos empezar a escribir, pintar y grabar producciones académicas de una forma en la cual por ejemplo, poesía, música, y arte no son el otro sino parte integral del storytelling científico. La última cosa, es que lo que podemos aprender de repensar nuestra manera de pensar los desastres es que también se tiene que repensar la relación entre pensar y sentir, porque a partir de esto se pueden, y de eso estoy convencida, generar debates sobre otros campos de estudio y el sistema académico global.

Foto: Cécile Stehrenberger
Texto: Abi Valeria López Pacheco

Fecha: 
Monday, January 29, 2024